Según la Comisión Europea, el microcrédito se define por su ámbito de aplicación subjetiva: “microempresarios, autónomos y personas socialmente excluidas que carecen de acceso a fuentes tradicionales de capital”. Es decir, los agentes participantes en un microcrédito son, de un lado, las microfinancieras, y de otro, los beneficiarios, que suelen ser personas con un negocio, pequeños empresarios o comerciantes, sumidos en la exclusión financiera.
Todos nacemos emprendedores
Para Mohammad Yunus, todos nacemos emprendedores, pero éstos existen sobre todo en países subdesarrollados o en vías de industrialización, donde ante la imposibilidad de encontrar “empleo en el sector estructurado de la economía, debido a su falta de preparación”, las personas intentan ganar dinero por sus propios medios, a través de “pequeños negocios” o microempresas, que dan ocupación muy precaria a gran parte de la población de menores ingresos” en un sector llamado Sector Informal.
El problema es que por la falta de inputs de capital o materias primas, no pueden llegar a prosperar en su negocio. Este Sector Informal ha dejado de ser un problema para los gobiernos y organismos internacionales, para convertirse en “un sector productivo que ofrece la posibilidad de aumentar los ingresos y aliviar los problemas de […] pobreza en el Tercer Mundo”.
Los beneficiarios están marginados del sistema bancario tradicional
Los beneficiarios están marginados del sistema bancario tradicional oficial por razones simples: no existe una garantía de repago si se les concediese un crédito, y las cantidades que necesitan son pequeñas, por lo que el riesgo y, por ende, el coste de prestar una cantidad así para un banco es mucho mayor que si se prestase una cantidad grande.
En efecto, la no exclusión financiera ha sido siempre algo fundamental “para mejorar las condiciones de vida y generar riqueza” de cualquier comunidad, por lo que esa imposibilidad suma a la gente en el Círculo de la Pobreza: sólo gastarían sus ingresos en el consumo para cubrir necesidades básicas, no pudiendo ahorrar ni invertir, y, por tanto, siendo incapaces de aumentar su renta futura.
Para reducir la pobreza la inclusión financiera es necesaria
La pobreza no se ha originado por comportamientos de las personas, tales como que “gran parte de los recursos humanos no estaban dispuestos a trabajar” o por “la abulia, la vagancia, el vicio o la pasividad” en los países subdesarrollados si no por una traba evidente ante el acceso a un crédito.
Estas personas llevan “mucho tiempo luchando por salir de la pobreza” y no podían principalmente por “la falta de acceso a las fuentes de financiación”. Actualmente, según el Banco Mundial, “alrededor de 2500 millones de personas no utilizan servicios financieros formales”. Para “reducir la pobreza e impulsar la prosperidad”, la inclusión financiera es necesaria.
El microcrédito rompe el círculo de la pobreza
En el intento por obtener financiación, generan dependencia de fuentes de financiación informales, como prestamistas no comerciales (parientes, amigos y vecinos, dispuestos o limitados a prestar cantidades muy pequeñas sin interés) o prestamistas comerciales individuales llamados usureros (que cobran intereses muy altos; “del 10% mensual” o incluso “10% diario”). Esta situación hace imposible que consigan pagar sus créditos y les encadena para siempre a esos prestamistas.
Es aquí, donde el microcrédito entra para romper el círculo de la pobreza, ofreciendo una fuente de financiación a estos empresarios al margen de los sistemas informales.
Un microcrédito es en definitiva un pequeño préstamo de reducida cuantía otorgado a una persona para que, por sí mismo, siga desarrollando un negocio que pueda sacar a su familia o comunidad de la pobreza y mejorar su bienestar y calidad de vida, abriendo el sistema financiero a aquellos a los que las formas tradicionales bancarias no prestan.
Las cuantías son muy bajas, y varían según el continente en el que se otorga, “en Asia está entre 100 y 200 dólares, en Latinoamérica alrededor de los 1.000 dólares, en África ronda los 100 dólares y en Europa ascienden aproximadamente […] a 10.000 euros”. Son créditos que rondan el 50% de la renta per cápita de un país en vías de desarrollo, lo que nos da una idea de su alcance.
Desde la empresa que otorga el crédito, el microcrédito supone una inversión, pero con objetivo de desarrollo de la economía local del prestatario. Muchos argumentan que “las inversiones empresariales son más sostenibles cuando en el centro del modelo de partes interesadas se sitúan los objetivos de desarrollo local en lugar de los objetivos empresariales.” En definitiva, la concesión “no debe estar guiada únicamente por la búsqueda de rentabilidad, si no que también se ha de obtener una utilidad social adicional”.