Brasil se ha convertido, en los últimos tiempos, en uno de los países con mayor proyección en el contexto latinoamericano. Con un PIB estimado en 2.246 billones de dólares y una población que supera los 200 millones de habitantes, el país carioca ha terminado por consolidar su posición como país más rico de América del Sur. Ahora bien, ¿ha sabido ejercer un auténtico liderazgo sobre sus vecinos?
Con estos datos, lo normal sería que ejerciese una posición de poder global efectiva, de manera que liderara el enfoque exterior de la región. No obstante, y aunque no hay ningún país en la región que pueda desafiar su posición y peso, su liderazgo continúan hoy siendo cuestionados por algunos de sus vecinos. Países como Argentina y México se niegan rotundamente a que Brasil ocupe un lugar permanente como representante de la región en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Otros, como Uruguay, demandan un mayor liderazgo y responsabilidad.
La influencia norteamericana en los asuntos de la zona, especialmente patente durante la década de 1980 en países como Nicaragua, se ha terminado por diluir en el comienzo del nuevo siglo. Es por ello que Latinoamérica necesita hoy de un actor fuerte que sirva de guía al resto de países.
Este vacío de poder puede ser ocupado por Brasil, que se presenta como el único capacitado para extender su poder sobre la región gracias a lo coherente de su política exterior, su relativa separación de poderes y su peso económico. A ello hay que sumarle la percepción internacional del país como ejemplo del uso de la diplomacia. El liderazgo brasileño pasa, sin duda alguna, por el fortalecimiento de las relaciones con otros países de la región, sea a nivel bilateral o a través del proceso de integración latinoamericano.
En cuanto a los procesos de integración, Brasil forma parte del MERCOSUR, la OEA y la Unión de Naciones del Sur (UNASUR). Esta última es, a todas luces, la que presenta hoy un proyecto más ambicioso: el de construir un espacio de integración y unión tanto cultural, social, económico y político, además de fortalecer el diálogo político entre los Estados Miembros y superar las desigualdades en la región.
Hasta la destitución de la presidenta Rousseff, las relaciones con Nicaragua, Venezuela, Cuba, Ecuador y Bolivia eran excelentes, debido a la cercanía ideológica de sus gobiernos. Así lo evidencian, por ejemplo, el Convenio de Cooperación suscrito entre Brasil y Nicaragua en 2007. Con la crisis política que sacude a Brasil en los últimos meses, muchas de las mega obras proyectadas en Nicaragua se han paralizado, así como gran parte de las inversiones.
Microwd centra sus esfuerzos en ayudar a la promoción y fomento de pequeñas empresas mediante la financiación de sus inversiones. La intención es facilitar el acceso a créditos a familias de ingresos reducidos, que tradicionalmente no tienen acceso a financiamiento por parte de la banca tradicional.
¿Te unes?