Durante los últimos meses hemos vivido algo único en nuestras vidas. Una pandemia mundial, millones de enfermos, millones de personas fallecidas, confinamientos, colegios cerrados, teletrabajo, despidos, negocios cerrados que nunca volverían a levantar la persiana… ¿Y si nosotros hemos tenido suerte?
Hemos vivido esta situación con un sistema de salud robusto, con materiales y grandes profesionales, supermercados llenos, seguridad social, subsidios al desempleo, ordenadores desde los que trabajar, formas de contrastar información… A menudo mis amigos y mi familia me preguntaban ¿cómo están las cosas por ALLÍ?, por mi trabajo tengo la suerte de estar conectado con personas de toda Latinoamérica, a ellos se referían cuando decían ALLÍ.
Mi respuesta siempre era, ALLÍ es diferente. No existen sistemas de salud públicos bien establecidos y con cobertura para toda la población, a muchos lugares no llegan alimentos de fuera si una familia no tiene dinero para comprarlos y venderlos en la comunidad, no existen prestaciones al desempleo, mucho menos salarios para el 70% de la población en la economía informal, personas que compran lo que su familia necesita por la tarde, con el dinero que ganaron por la mañana.
Pues bien, ahora que por fin he podido viajar de nuevo a México, me propuse escribir de primera mano los testimonios que aquí encontrase sobre cómo habían vivido la pandemia y me encontré con algo que no me esperaba: Optimismo. Se trataba de la 4º fase por la que habían pasado las personas con las que me iba encontrando,
1º. Miedo:
A lo desconocido, a un virus que venía de la otra parte del mundo y que la gente más humilde no sabía cómo les iba a afectar, ni cuándo… Trataron de buscar la respuesta en sus Gobiernos, ¿qué haremos para protegernos?, muchos nunca encontraron esa respuesta en sus dirigentes. Darwin, de Nicaragua me contaba que había muchos rumores y que no sabían quién estaba infectado por el virus y quién no, los médicos no decían nada, las autoridades tampoco, ¿qué les iba a pasar a ellos? ¿y a su familia?
2º Desesperación:
La situación se ha complicado, hay mucha gente enferma, no puedo salir a vender, ya no tengo con qué comprar comida para mis hijos, el grano no llega a la ciudad porque lo producen en otra provincia y ya no se puede pasar. ¿Cómo vamos a sobrevivir? En Perú, uno de los países que antes actuó contra el virus y con más contundencia, hubo grandes migraciones de las ciudades al medio rural, la gente volvía a su lugar de origen para, al menos, tener unas gallinas o una huerta con la que comer, aunque eso supusiera cruzar los Andes a pie o ser rechazados en su aldea natal al llegar.
3º Autodeterminación:
Si otros no son capaces de protegernos, tendremos que ser nosotros mismos.
Las aldeas como Nancital (Nicaragua) o Juliaca (Lago Titicaca, Perú), por ejemplo, se organizaron para comprar desinfectantes con los que rociar a cualquiera que quisiera entrar en la comunidad u organizaron retenes con los que controlar el movimiento de personas.
Los grupos pescadores de Campeche, México, se pusieron en contacto con las aldeas del interior para intercambiar de forma ordenada y segura pescado por frutas, hortalizas y maíz. María Carmelina me contaba, que su negocio de bordado de ropa no le daba ya dinero, así que se dedicó a recoger y vender hortalizas, de eso la gente sí necesitaba. Karla organizaba fiestas para niños, ya no había fiestas, así que se puso a cocinar y repartió tamales a domicilio, dos hermanas de Hopelchen vendían piñatas para cumpleaños así que se pusieron a fabricarlas más pequeñas, los niños siguen cumpliendo años, solamente que ahora se juntan menos familiares.
4º Optimismo:
Poco a poco cada comunidad, cada familia y cada negocio fueron reconvirtiéndose para sobrevivir en unas circunstancias cambiantes. Cuando llegábamos a una comunidad, ofreciendo nuestros productos de microcréditos para reactivar la economía de la comunidad, todas las mujeres que asistían nos contaban un proyecto de futuro, no se lamentaban por el pasado, sino que estaban esperanzadas con el futuro. Ahora, antes de la campaña de Navidad, le tengo que invertir al negocio, es mi momento.
Las calles de Tarapoto (Perú) se han llenado de pequeños negocios de parrilla. Volviendo a México, la ya mencionada María Carmelina se ha dado cuenta de que en su zona no hay tiendas de comida, está montando una y Karla, con el crédito está reconstruyendo un viejo edificio medio derruido para inaugurar su restaurante “El Champotoncito, cocina con corazón”.
Estas semanas de recorrer las comunidades han sido un sinfín las historias de reinvención de negocios que hemos aprendido, ojalá hubiera podido trasladárselas a mis alumnos cuando les enseñaba la asignatura de transformación organizacional. Me he dado cuenta, de que, en ocasiones, los mejores ejemplos de reacción ante una crisis tan grave, no están en los centros de innovación, sino al pie de calle, con la gente que ha necesitado reinventarse para sobrevivir y ha convertido una crisis, en una oportunidad
Ahora, aún con incertidumbre sobre el futuro, me cuentan todas estas historias como algo normal en su vida, un capítulo más. Una vez más, estas mujeres han demostrado que las crisis no pueden con ellas, han sufrido, sí, también han demostrado que tienen la fuerza de vivir saliendo adelante.
Autor: Jesús de la Escosura [COO MICROWD]