Todos somos inversores (de impacto)

Los seres humanos tenemos un tipo de neuronas muy especiales, las neuronas espejo. Cuando nos entristecemos al ver un terremoto en un país ajeno, cuando sentimos asco al ver a alguien comer cucarachas o cuando nos conmovemos con una historia de amor, estamos viviendo el resultado de estas neuronas. 

Esto es importante ya que sabemos que estamos diseñados para el afecto, el compañerismo y para empatizar con el prójimo. Para confiar los unos en los otros y para la filantropía.

La inversión de impacto ya está presente en el tejido social

No me sorprende por tanto que la llamada inversión responsable o inversión de impacto esté penetrando el tejido social. Acompañado además de internet y del auge de los crowdfundings (o inversiones colectivas), estamos viviendo la democratización del inversor: hoy cualquier persona puede invertir 100€ y generar rentabilidad mientras ayuda a mejorar el mundo.

Tradicionalmente, las empresas han buscado maximizar sus ganancias y satisfacer a sus shareholders. Es con la crisis económica del 2008, cuando los mercados se hunden y con ellos las miles de personas que trabajan en supuestas industrias seguras, cuando las personas cuestionan el sistema financiero y empiezan a ser más exigentes. Entramos entonces en una espiral de humanización de las empresas, donde la marca más popular no es la que más gasta en marketing sino la que genera más confianza y demuestra ser socialmente responsable.

En algunos países la “empresa social” se ha implementado como forma jurídica

Desde entonces hemos visto a las B-Corp expandirse e incluso se ha implementado la empresa social como forma jurídica en algunos países. Además, en enero de 2019, más de 200 CEO’s firmaron un acuerdo que les comprometía con todos sus stakeholders. Todo parece indicar que llegará el día en el que a la empresa social no hará falta llamarla social, será una empresa sin más, pero gestionada poniendo al ser humano en el centro.

Un paso por detrás de las empresas, pero en pleno desarrollo, está la inversión de impacto. Diseñados para confiar los unos en los otros, no me cabe duda de que llegará el día en el que nos refiramos a ella como inversión puramente, ya que la responsabilidad social estará integrada y normalizada en toda transacción, haciendo de cada uno de nosotros un inversor (de impacto).

Autora: Isabel Oriol [Desarrollo de producto en Microwd]

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